Fuera todo, fuera

Me miro al espejo. Aún es medio día y ya estoy cansada, y sin fuerzas. Es posible que hoy sea un día duro.

Decido quitarme el maquillaje que me ha sido obligado. Fuera el corrector de ojeras, fuera el iluminador, la sombra de ojos, el ‘color salud’…, fuera todo. Fuera.

El maquillaje no hace milagros pero te ayuda a fingir que has dormido bien, que estás tranquila, sin preocupaciones. El maquillaje es la forma más barata de hipocresía. Porque tenemos que tener buena cara y, aunque no nos sintamos guapas, tenemos que estarlo.

Esclavas de la pintura y del pincel; del qué dirán; de lo que toca; de hoy me lo quedo dentro. Pero, sobre todo, de nosotras mismas.

¿Por qué te sientas a mi lado?

Dime una cosa: si hay más sitios libres, ¿por qué te sientas a mi lado?

Así es, el mundo en el que vivo es tan extrañamente antisocial y egoísta que ni siquiera me gusta que alguien escoja sentarse a mi lado cuando hay sitios libres delante (y así, tanto esa persona como yo iríamos solas).

Y mirar luego a esta misma persona para que te deje pasar y salir del autobús. Por favor, qué horror dirigirse a alguien a quien no conoces… Y luego, aún peor, un mendigo me ha preguntado la hora. ¿Encima también tengo que hablar con ‘ese’?

Esto es… el mundo desnaturalizado.