¿Cómo eres tan gilipollas?, me pregunto cuando tengo un momento de lucidez y apoyo los pies en el suelo. Piensa un poco, me digo. No merece la pena, recapacita, no tiene sentido. ¿Pero por qué no tiene sentido? ¿Por qué es absurdo? Lo es y punto. Y lo sabes. Sabes que lo sabes. Piénsalo.
No lo sé, de verdad que no lo sé. Y si lo sé… se me olvida. Y, ¿por qué eso de recordar algunas cosas sí y otras no? ¿Por qué es tan caprichosa la memoria? Olvídate, olvídame. Quiero recuerdos, no vivir en el pasado.
Pero camino poco a poco -aunque parezca que a marchas forzadas- como si la velocidad de mis pasos estuviera directamente relacionada con la velocidad con la que transcurre el tiempo. Pero el pasado es pasado y ahí se queda. Ya pasó. Corras más o corras menos, la vida avanza igual y te alejas del ayer, cada vez más.
Y es lo mejor. Lo sabes. No lo sé. Sí, lo sabes. Sí, pero me gustaría que no fuera así… Eso es otra cosa. Pero tienes que asumirlo y sólo preocuparte por lo que vendrá. Y deslígate, por favor, del pasado. Sólo te entorpecerá el presente y eso te hará tener un más complicado futuro.
Pero no quiero… ¡Hazlo! Ya nada de aquello depende de ti. No es cosa tuya. Tienes razón… yo ya no puedo hacer más. Es inútil. Así que supongo que, definitivamente, no hay nada más que hacer. Definitivamente…
Está bien, lo haré. Tienes razón.