Si cierras mal un bote de mermelada, en realidad, sigue abierto. Se trata de una pequeña obertura imperceptible para alguien con prisas; uno o dos milímetros por los que puede pasar el aire.
Confías en haberlo cerrado y lo guardas en la nevera porque ya sabes que una vez abierto consérvese en el frigorífico. Pero aunque esté en frío, el aire oxida los alimentos, igual que nos oxida a nosotros… hasta que nos mata.
Si vuelves al día siguiente a por él, no notarás un sabor diferente pero sí te darás cuenta de que estaba mal cerrado y pensarás: «la próxima vez tengo que asegurarme». Y lo cerrarás bien, más fuerte incluso que de costumbre.
Si no regresas a por el bote en bastante tiempo, la mermelada se habrá empezado a estropear. Y lo que un día fue dulce se habrá vuelto amargo. Y ya no lo querrás…
Si simplemente no regresas, el bote seguirá abierto siempre.
Si no lo cerraste bien, sigue abierto. Ciérralo bien.