Escritura Visual

14 octubre, 2011

Una percha sin chaqueta

Filed under: Personal — LB @ 21:38
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En mi habitación se mezclan los recuerdos. Cosas en su mayoría inútiles que visten mi vida con parafernalia barata. Libros que se han abierto poco o nada. Libros que se han abierto demasiado. Fotos mejores y peores. Vacas (una afición). Amores materializados en objetos que han perdido su valor inicial para adquirir otro. Una percha sin ninguna chaqueta. Un pañuelo usado. Y un calendario que inmortalicé en febrero.

¿En febrero? Quizá es por eso que desde entonces no parece que pase el tiempo, ese que todo lo cura y que soluciona los problemas. ¿Y si paso la página? Estamos en octubre y he celebrado mi cumpleaños con la esperanza de que algo cambie. Y muchas cosas han cambiado… Demasiadas. Pero yo sigo igual que en febrero (sí, quizá soy más fuerte pero…): estancada, aterrada.

He perdido y he encontrado las ganas. Y las he vuelto a perder. He soñado (ya ves qué novedad) y he vivido el sueño y la pesadilla de la que desperté sobresaltada también ayer. He amado y he odiado (por amor). He luchado y aunque pensaba que me había rendido, pude con todo. Y ahí sigo. Inventándome un hoy para tener un mañana. Para volver a sufrir algún otro día porque la vida tiene esas cosas: buenas y malas. No obstante, soy demasiado feliz para estar triste. Tengo una sonrisa demasiado grande para apagarla.

3 May, 2011

¿Quién cambia oro por bronce?

Filed under: Personal — LB @ 22:46
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Dicen que a un joven le regalaron montañas de oro. Él estaba muy contento porque gracias al valor que eso tenía, podía alimentar a su familia y vivir feliz. No obstante, cada día que pasaba, una persona nueva se enteraba de la fortuna que poseía y de lo afortunado que era. Poco a poco, las felicitaciones pasaron a incomodarle y, finalmente, temió perderlo todo. Desconfiaba de la gente que le rodeaba, llegó a desconfiar, incluso, de los suyos. Y un día tomó una determinación: vender el oro, cambiarlo por algo de menos valor pero que le permitiera vivir tranquilo.

Decidió, pues, comprar bronce. Llegó a tener el triple de montañas que antes pero ya no era lo mismo, ya no era oro. Aún así, estaba contento porque se sentía más tranquilo: le parecía que todo a su alrededor permanecía estable, en calma. Ya no tenía miedo de perderlo, nadie querría arrebatárselo nunca.

Pero su familia empezó a tener hambre y el bronce no daba tanto de sí como el oro. Y al ver a su familia así, él ya no estaba tan contento, ya no era tan feliz. Vivía tranquilo porque tenía algo seguro, pero de nada le servía si el bronce tenía tan poco valor.

Y ya era tarde para cambiar el bronce de nuevo por oro y, aunque lo hubiera hecho, tendría mucho menos oro que antes. Era demasiado tarde.

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