De golpe siento que no tengo nada. Son las siete y media de la mañana y no he madrugado para estar aquí.
Ganas de reír, de llorar. De no querer.
Y de camino a casa me he encontrado frente a frente con la decadencia, y me ha mirado y he cuestionado sus intenciones.
También me he topado con algo tan auténtico que me ha hecho -aunque fuera sólo por unos segundos- replantearme mi forma de vida. Cuánta envidia sana.
Pero no depende de mí. O sí. No me importa. Me voy. Me iré, seguro.
A mí nadie me viene a salvar. Nadie vendrá.
De todos modos, tampoco querría.
*Es hora de soñar dormida.