Me ducho y me siento en la bañera. Me tumbo aunque no quepo estirada. Y de golpe me doy cuenta.
Me he perdido, no yo en ninguna parte -porque el camino hace mucho tiempo que es el mismo- sino a mí misma. Ya no me reconozco. Ni en las fotos, ni delante del espejo, ni con los ojos cerrados.
He perdido mucho de mí durante todos estos años aunque, quizás, en apariencia, me mantenga casi idéntica. Pero yo, que me conozco lo suficiente, no me veo.
No me gusto, no soy yo. Y yo sí era.
Quiero crecer y ser yo misma, pero cada día queda un poco menos de mí.
¿Cómo mantener algo que, inevitablemente, desaparece? ¿Cómo conservar lo que mi ‘yo’ actual desprecia?
Es todo tan absurdo…
Y parece que sí, he madurado.